El Papa insta a los movimientos populares, en el simposio conmemorativo de una década de encuentros y diálogos compartidos, a no dejar de luchar, gritar y despertar conciencias; él les acompaña. Ha recordando a los poderosos que las personas trabajadoras más humildes, empobrecidas y descartadas “no pueden esperar”.

A Francisco se le notaba a gusto. Conforme llegó a la sala del Dicasterio donde militantes y representantes de movimientos populares, miembros de la Curia romana, y la atención de diversos periodista que seguían presencialmente el simposio “Plantando bandera frente a la deshumanización”, que reflexionaba sobre el recorrido y las perspectivas de estos espacios de diálogo que tanto bien han hecho, el Papa pidió continuar, que no se detuviera la reunión.

Se mantuvo a la escucha, ligeramente apartado de la silla reservada para incorporarse al encuentro. En ese mismo momento, intervenía el argentino Alejandro “Peluca” Gramajo, secretario general de la UTEP, el sindicato de trabajadores y trabajadoras de la economía popular nacido durante esta época, por la lucha de quienes han sido descartados del mundo del trabajo y claramente inspirado por los diálogos entre Iglesia y movimientos populares.

Fue a la finalización del eje Trabajo realizada por el referente argentino, cuando Francisco se incorporó a la reunión. Dejó la silla de ruedas y pasó a ocupó su lugar en el centralidad de la mesa de diálogo. Sentado junto a trabajadores y trabajadoras humildes, comenzó su larga intervención profunda, sentida y completada por anécdotas personales –signo quizás de esa buena onda que suele reclamar–.

El Papa recordó, volviendo a pasar por el corazón, el histórico I Encuentro Mundial de Movimientos Populares (EMMP), celebrado en Roma hace diez años. En aquel momento, “plantamos una bandera: Tierra, techo y trabajo son derechos sagrados. Que nadie les quite esa convicción, que nadie les robe esa esperanza, que nadie apague sus sueños”, proclamó, reafirmando la centralidad de las 3T en su mensaje y en el magisterio Social de la Iglesia, para alcanzar la justicia social debida.

La tarea pastoral y la voz del Papa, que ha resonado incansablemente junto a los trabajadores humildes, sin derechos, empobrecidos y descartados, cobró un tono de urgencia en esta conmemoración. “Si el pueblo pobre no se resigna, se organiza y persevera en la construcción comunitaria cotidiana, y a la vez lucha contra las estructuras de injusticia social, más tarde o más temprano las cosas van a cambiar para bien”, señaló, llamando a la acción colectiva y solidaria como motor de transformación.

El grito de los excluidos como motor de cambio

Para Francisco, el papel de los movimientos populares es trascendental en la sociedad. En su última encíclica, Fratelli tutti, da buena fe de esta afirmación. No se trata solo de una resistencia pasiva o un pesimismo paralizante, sino de una lucha activa y organizada contra las injusticias. “Ustedes no aceptaron ser víctimas dóciles. Se reconocieron como sujetos, como protagonistas de la Historia”, subrayó, reconociendo el enorme esfuerzo de estos movimientos que, pese a la precariedad y falta de recursos “a veces sin ninguna ayuda del Estado, otras veces perseguidos”, siguen trabajando “cuerpo a cuerpo, persona a persona”.

El Papa alentó a los movimientos populares a continuar alzando su voz. “Los pobres no pueden esperar. Si los movimientos populares no reclaman, si ustedes no gritan, si ustedes no luchan, si ustedes no despiertan conciencias, las cosas van a ser más difíciles”, advirtió. Este grito, lejos de ser una mera queja, es un acto de resistencia y una demanda de justicia que, según Francisco, es indispensable para generar un cambio real.

Francisco destacó el papel esencial de los pobres y los movimientos populares en despertar las conciencias adormecidas, tanto de los poderosos como de los dirigentes políticos, quienes tienen la responsabilidad de garantizar los derechos económicos, sociales y culturales. “El grito de los excluidos también puede despertar las conciencias adormecidas de tantos dirigentes políticos que son, en definitiva, los que deben hacer cumplir los derechos económicos, sociales y culturales que ya están consagrados pero no se cumplen”

El pontífice volvió a subrayar su papel de pastor con olor a oveja, recordando que no están solos, “los acompaño en su camino” y que el destino de la humanidad está intrínsecamente ligado al de los pobres: “De la acción comunitaria de los pobres de la tierra depende no solo su propio futuro, sino tal vez el de toda la humanidad”.

Crítica al sistema económico

Fiel a su estilo directo y sin rodeos, Francisco apuntó contra el sistema económico actual, que perpetúa la desigualdad y la injusticia. Recordando uno de los mensajes de su pontificado, afirmó: “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo”.

Francisco no solo señaló a los sistemas injustos, sino también a quienes los perpetúan: “Lamentablemente, muchas veces son precisamente los más ricos los que se oponen a la realización de la justicia social o la ecología integral por pura avaricia”. Su denuncia fue clara: la avaricia no es solo un pecado personal, sino que se disfraza de ideología para presionar a los gobiernos a sostener políticas que favorecen a unos pocos, en detrimento del bien común.

Compasión y justicia social: dos caras de la misma moneda

El papa Francisco exhortó a la compasión señalando que no es solo un acto de caridad o de benevolencia, sino el verdadero motor de la justicia social –uno de los temas centrales de su intervención–. “La justicia social es inseparable de la compasión”, reafirmó desde su convicción de que sin ella, no es posible resolver los problemas globales. Dejando claro que la compasión no consiste en mirar al necesitado desde una posición de superioridad, sino hacerse cercano al sufrimiento ajeno, levantando al caído, tal como lo hizo el buen samaritano.

Recordando las palabras que pronunció al inicio de su pontificado, el Papa fue contundente: “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo”​

En un mundo dominado por la competencia ciega y la búsqueda insaciable de riqueza, el Papa pide recuperar la humanidad perdida. La indiferencia hacia los más pobres no es solo una omisión moral, sino que contribuye a la descomposición social y, en última instancia, a la violencia. “El silencio frente a la injusticia abre paso a la división social, la división social a la violencia verbal, la violencia verbal a la violencia física, y la violencia física a la guerra de todos contra todos”, advirtió, en una clara denuncia de la cultura del descarte que deshumaniza a toda las personas.

Un mensaje para los poderosos

El papa Francisco también dirigió un mensaje contundente a los ricos y poderosos, responsabilizándolos por su rol en la perpetuación de la injusticia social y la desigualdad. “Muchas veces son precisamente los más ricos los que se oponen a la realización de la justicia social o la ecología integral por pura avaricia”, afirmó con claridad, señalando que disfrazan su codicia con ideologías que presionan a los gobiernos para implementar políticas que les favorecen, mientras se perpetúa la lógica del descarte de personas y recursos.

“El diablo entra por el bolsillo, no se olviden”, advirtió, aludiendo al poder corruptor del dinero. No obstante, Francisco reconoció que algunos de los más ricos del mundo han empezado a reconocer la inmoralidad del sistema que les permitió acumular fortunas desproporcionadas. “Eso está muy bien”, señaló, celebrando iniciativas que piden mayores impuestos a los billonarios, pero insistiendo en que deben ir más allá. “Les pido de corazón a los privilegiados de este mundo que se animen a dar este paso. Van a ser mucho más felices”, subrayó, haciendo un llamado a compartir sus riquezas de forma justa. “Acumular no es virtuoso, distribuir sí lo es”, sentenció el Papa, instando a los poderosos a asumir una mayor responsabilidad social y ética.

El compromiso de los movimientos populares

El mensaje final de Francisco exhortó a la perseverancia y la esperanza. Reconoció el cambio generacional dentro de los movimientos populares, algo que le genera esperanza, pero les instó a no caer en la trampa de la acumulación de poder: “Siempre impulsen procesos, procesos que se renuevan permanentemente”.

En uno de los pasajes más contundentes de su mensaje, el papa Francisco llamó a los movimientos populares a seguir siendo la “última barrera de contención” frente a la economía criminal y la injusticia que afecta a los más vulnerables. “Sigan combatiendo la economía criminal con la economía popular. No aflojen, por favor. Sé que les pido algo difícil, pero es muy necesario”, instó, subrayando la urgencia de frenar la explotación de niños y personas pobres por los traficantes, quienes luego blanquean su “dinero ensangrentado” con impunidad.

Además, Francisco no escatimó en señalar los peligros de las apuestas online, promovidas incluso por estrellas deportivas, y su devastador impacto en las familias trabajadoras. “Eso no es un juego, es una adicción. Es meterle la mano en el bolsillo a la gente, sobre todo a los trabajadores y los pobres”, lamentó, advirtiendo sobre el mal uso de la tecnología y las redes sociales, que, si no se regulan con responsabilidad, facilitan la propagación del odio, la violencia, la ludopatía y el crimen organizado.

En este punto, el pontífice apeló a los empresarios tecnológicos a actuar con ética, a respetar las leyes y a compartir los frutos del progreso colectivo: “No se crean superiores y paguen los impuestos”, afirmó, renovando su apoyo a propuestas como el salario básico universal, que considera un acto de justicia.

“Nuestro camino sigue soñando y trabajando juntos”

El Papa cerró su mensaje renovando su compromiso de acompañar a los movimientos populares y con un vibrante llamamiento por la justicia social: “Nuestro camino sigue soñando y trabajando juntos para que todos los trabajadores tengan derechos, todas las familias techo, todos los campesinos tierra, todos los niños educación, todos los jóvenes futuro, todos los ancianos una buena jubilación, todas las mujeres igualdad de derechos, todos los pueblos soberanía, todos los indígenas territorio, todos los migrantes acogida, todas las etnias respeto, todas los credos libertad, todas las regiones paz, todos los ecosistemas protección”.

Un llamamiento vigente y lleno de esperanza; a la acción inquebrantable y transformadora que solo puede surgir de una profunda compasión: “Sin amor, no somos nada”, concluyó.