Fuente: Miradas al Sur por Aram Aharonian
Desde inicios de la década de los ’60 del siglo pasado, algunos pocos países implementaron proyectos comúnmente llamados de cooperación, que en realidad nacieron –y siguen siendo– como estrategias contrainsurgentes no militares. ¿Realmente cooperan con los del Sur? Lo cierto es que a más de medio siglo de estar realizando estos procesos, ningún país pobre dejó de ser tal gracias a esas supuestas ayudas.
Cualquiera sea el enfoque, la cooperación internacional supone la existencia de una masa de recursos económicos, financieros, humanos, técnicos, militares, etc., transferibles temporalmente con el fin de que el receptor desarrolle capacidades y adopte acciones de política para resolver determinados problemas. Esos problemas componen la agenda de la cooperación, que siempre guarda relación con una determinada concepción sobre la organización económica deseable y de inserción del receptor en el sistema regional o global.
La “ayuda al desarrollo” es una agenda política. Las definiciones doctrinarias o ideológicas están vinculadas a intereses políticos y estratégicos, y de ahí la insistencia de instalar determinadas concepciones (las del Norte) del desarrollo, el bienestar, la seguridad, la democracia… Los organismos prestadores de cooperación tienen su propia agenda e imponen determinadas condicionalidades.
Las ONG no forman parte de la resistencia sindical, ni de las luchas barriales, ni de las organizaciones campesinas clasistas, ni de los sectores del pensamiento y la intelectualidad orgánica a un proyecto nacional, popular y antiimperialista. Por el contrario, concentran su actividad en proyectos privados locales, promocionando el discurso de la empresa privada en las comunidades locales a través de los microemprendimientos.
Erasmo Magoulas, en “Neoliberalismo ‘progre’ o la función de las ONGs en América Latina”, plantea un perfil político-ideológico de éstas, de su ontología ideológica, de su matriz interpretativa de la realidad de los países dependientes, de su lenguaje progre pero que evade categorías conflictivas como clase e imperialismo (por nombrar sólo dos), de su imaginario de justicia social, y de su interpretación de causas justas.
Las ONG en América latina no sólo infiltran ideológicamente a los sectores populares (penetración desde abajo y adentro) con los cuales trabajan directamente en proyectos de autoayuda y desarrollo microempresarial, en escuelas, barrios, cooperativas, comunidades marginales, áreas rurales, fábricas etc., sino que también infiltran ideológicamente a los cuadros de organizaciones y a las mismas organizaciones, potencialmente calificadas para vigorizar al movimiento popular, darle formación político-ideológica y ser promotoras y acompañantes del cambio político-social.
El español Javier Erro señala que los discursos de las ONG para el Desarrollo han diseñado durante años la imagen que se tiene en el Norte respecto de las sociedades del Sur. Esta construcción simbólica representa una relación de poder, que no sólo elabora la imagen que se tiene en el Norte, sino que incide directamente perfilando la propia cultura de las sociedades del Sur.
Visiones estereotipadas sobre la pobreza
Las visiones estereotipadas sobre la pobreza muestran unas relaciones de poder y dominación que se expresan de distintas maneras. Una de ellas es en el establecimiento de oposiciones binarias, como lo desarrollado frente a lo subdesarrollado, lo moderno frente a lo tradicional, lo normal frente a lo excepcional o transitorio, lo civilizado frente a lo bárbaro. El Sur representa la barbarie, la ferocidad, el salvajismo, la frivolidad frente al Norte, que se percibe a sí mismo como moral y culturalmente superior y valedor de unos valores y principios civilizatorios y universales.
El binomio civilización-barbarie ha sido sustituido en la actualidad por desarrollado-subdesarrollado y esto es extremadamente poderoso porque desde que, en 1949, el presidente Truman utilizó este término, los países y pueblos del Sur se han visto a sí mismos como subdesarrollados: es decir, no como lo que son sino como lo que no son, se han definido por negación o carencia respecto del otro.
Esto ha supuesto un fabuloso instrumento de poder porque define las aspiraciones, valores y visiones del mundo de los subdesarrollados, antes “incivilizados”, y los lleva a aceptar como “orden natural” un orden basado en la dominación y hegemonía.
Se atribuye al Sur la tradición, la irracionalidad, la superpoblación, el desorden y el caos, lo que legitima una efectiva relación de dominación, subyugación y exclusión.
Se trata de un Sur presentado como un espacio inexplorado, salvaje y primitivo, un lugar exótico, o un espacio desvalido, dominado por el fatalismo y las catástrofes naturales. Así nos ven desde el Norte; así nos venden espejitos desde el Norte, desde hace cientos de años.
Y, sin lugar a dudas, el universo mediático ha perpetuado en varios grados los prejuicios y estereotipos sobre el Sur. Son imágenes deformadas y desconectadas de la realidad, puras construcciones ideológicas, compuestas de percepciones selectivas fundadas en visiones pseudocientíficas o en (tergiversación de) la cultura popular.
Estas imágenes legitiman la exclusión y marginación de estos pueblos del bienestar de Occidente y son utilizadas para defender los intereses de algunos gobiernos occidentales o para reafirmar la identidad europea, o la cultura que ha alcanzado uno de los estadios “más elevados” de civilización, eficiencia económica o progreso tecnológico. Estos estereotipos se apoyan en el marco caritativo asistencial –de las ONGD– y por lo tanto prescriben conductas basadas en la caridad, la compasión y el asistencialismo.